Hoy es el cuarto día de la adaptación de Joel a la guardería. En general me dicen que va muy bien… llora unos segundos cuando le dejo, pero luego ha empezado ya a jugar con otros niños, a comer… etc. Lo máximo que ha estado es hora y media y la adaptación va viento en popa. O iba.
Y digo iba porque desde ayer por la noche hemos ido cuesta abajo y sin frenos:
Ayer se durmió como últimamente hace, ya en su cama y en su habitación. Resulta que a la hora de dormirse, aproximadamente, se despertó chillando y llorando como si no hubiera un mañana. Fue su padre e imposible calmarle para volver a dormirle, fui yo y lo mismo…. hasta que al final dijimos «pues nada». Le llevamos a la cocina con nosotros, que íbamos a cenar (0:00h) y allí estuvo, como un señor ebrio muerto de sueño pero espabiladísimo dando tumbos por la casa.
El segundo asalto para ir a dormir tampoco funcionó, así que ya dijimos «Pues será la adaptación o yoquesé, pero que se venga a la cama con nosotros».
Patadas, golpes, múltiples despertares y estirones de pelo…volvimos a nuestras antiguas noches de colecho. Pero bueno, ahí no ha acabado la cosa.
Para rematar esta serie de catastróficas desdichas no nos ha sonado el despertador. Me he levantado con cara de zombie corriendo a vestirnos para llegar a la guardería, que hay que tomarse en serio la adaptación. Visto a Joel, me pongo lo primero que pillo y salimos de casa corriendo y sin desayunar (Joel desayuna allí).
Las llaves dentro de casa.
Horror máximo. Llamo a mi madre, menos mal que vive cerca y viene corriendo.
Llamo a la guardería «me sale todo mal». «Tranquila mujer».
Al final ha venido mi madre salvadora bastante rápido con las llaves, hemos llegado sólo 15′ tarde a la guarde y yo he llegado a la vacuna del COVID, que me esperaba como colofón a estas últimas horas tan agradables.
Como me ha dicho una amiga cuando le contaba: hoy ya he agotado el cupo de cosas que pueden pasarme.
Espero.
Ahora a ver cómo le recojo. Sólo son las 11:20h.
Ánimo mamás en adaptación.
Mamá de rizos 